viernes, febrero 03, 2012

Liza escribe: El de tus sueños

Una vez más regresaba de los sueños, y ahí estaba, sola. La impotencia la hizo llorar, lo había perdido una vez más. Todo había iniciado cuando ella había salidos a hurtadillas del trabajo para comprar alguna cosa que le hiciera pasar el mal sabor de boca de un día desesperante, luego el ascensor se había detenido en seco con violencia y se habían dado cuenta de que estaban encerrados. Todo empezó cuando él desesperadamente oprimía a repetición el botón con la campanita, y al ver que no había respuesta, dio un par de pasos y se desabotonó un poco más la camisa. Ella se sintió desfallecer, el encierro la aterraba, las paredes ya empezaban a estrecharse hasta que él la tomó suavemente de las manos y mirándola a los ojos le prometía que todo iba a estar bien, que todo iba a estar bien
- Trabajamos juntos, verdad?
- En la misma empresa, creo – respondió ella con el color en las mejillas subiendo, pensando que había sido muy ruda su respuesta y tratando de seguir respirando con todo y encierro
- Bueno, ok, en la misma empresa – responde él con una sonrisa – Cuéntame más de lo que haces, y por qué te disgusta tanto, a ver si las razones son las mismas – dijo volviendo a sonreír pícaramente, asomando apenas su dentadura.
La conversación pasó de un lado a otro, por libros, películas de las malas, de las buenas, de las cursis, y a ella le costaba demasiado hablar; sentía un nudo en la garganta cada vez que trataba de pronunciar una palabra. Se veía tan seguro de si mismo, tan interesante que temía que una sola frase pudiera terminar con el encanto. Hablaba de sus viajes y de su maleta siempre preparada para emprender una nueva aventura, de cuanta gente había conocido, de los idiomas que había aprendido, y cada frase la disfrazaba con un manto de modestia que lo hacía aún más atractivo – si eso era posible -. Quería rogarle ahí, en ese preciso instante, que la llevara con ella, que jamás permitiera que el destino los llevara por paisajes distintos. No sabían si alguien les había escuchado pedir auxilio, los celulares gracias a Faraday no daban muestras de vida, pero al parecer ya no importaba.
- Bueno, fueron los 10 minutos más agradables del día, aun cuando estábamos encerrados – dijo él acercándose peligroso a reclamar un beso en la mejilla
- Seguro – respondió sin poder atar la palabra a una oración completa, mientras la ponían a salvo fuera del ascensor.
Él arrancó su carrera por el edificio escaleras arriba, mientras a ella le preguntaban si se encontraba bien. Temblaba y sudaba frío, la experiencia que acababa de tener, superaba todas las que había podido vivir antes. Que tonta había sido, lo había dejado ir sin decirle nada, solo le había contado experiencias tontas y sin sentido, y al terminar y ver su cara desconcertada, inventaba una o dos acciones más para que él no perdiera el interés, pero él lo sabía, los dos compartían el secreto con su sonrisa callada; enseguida notaba su incomodidad y continuaba con una historia que la hacía viajar en el aroma que se encerraba en el ascensor, el olor de su colonia revuelta con el olor que el mismo producía. En su sueño había vuelto a los dos metros cuadrados, a las luces, al encierro, y a él. En esta ocasión ella le decía todo lo que pensaba, y todo parecía ser perfecto, él se interesaba y la escuchaba mientras la acariciaba, mientras se acercaba a su cuello para percibirla por cada sentido… Ella seguía hablando mientras él asentía y se aproximaba más y más a los labios, sentía el roce de su barba, su nariz pasando con dificultad del cuello al rostro y de pronto, el despertador, ese sucio animal de pilas le arrebataba el sueño, y ni cerrando los ojos volvía. La frustración la elevaba a niveles de histeria. Gritaba y se revolcaba en sus sábanas. No podía ser en la realidad, pues era muy tímida para eso, y no podía ser en la fantasía porque se lo arrebataban. No quería despertar, no debía despertar.
Una mañana más, y la sonrisa de despertar con el sol en la cara y muy a lo lejos, casi invisible, la torre Eiffel.
- vousavezrêvé?
Ella negaba con la cabeza mientras besaba el sueño latino, al ojos azules, metro noventa, abdominales de chocolate y que hablaba en francés. Mientras lo abrazaba para terminar el saludo mañanero, apretaba sus labios reprimiendo la sonrisa que quería escaparse. Deseaba soñar en español para que este hombre no se fuera a molestar por los recuerdos que seguían repitiendo noche tras noche. Es que pasara lo que pasara Paris no era Paris, el agua cayendo del cielo en aquella hermosa ciudad no era absolutamente nada sin él, no quería Paris sin él. Ahora lo tenía todo, lo que había soñado, estudiaba las pinturas con la pasión y la atención que había querido desde niña, vivía del día, de retratos en la calle, de canciones en los parques para los enamorados, pero no lo tenía a él. Sus suaves manos ya no la acompañaban y envolvían la suya mientras caminaban de compras. Cada noche se repetía el mismo sueño, esta última noche en la que habían recorrido calles y esquinas, parques y lugares. En los que el aguacero los cubría y él tomaba como excusa el amor que corre por el aire y la cargaba tomándola de la cintura, la besaba con pasión mientras la recargaba contra cualquier escultura. Sus manos subían y bajaban por su cuerpo, y se olvidaban de los pocos reproches que encontraban en los ojos de los espectadores. Todo se había muerto en esa noche en la que él no volvió a mirar atrás después de tomar las maletas. Ella no había encontrado un lugar para él, y él no podía llevarla, no encontró un lugar en el mundo donde pudieran vivir los dos. Ahora ella estaba sola con el hombre que toda mujer querría, sola sin él, con sus recuerdos, con sus sueños, que ojalá siempre fueran en español. Pocas cartas llegaron después de aquel adiós, y poco a poco, la pasión se desmoronó, y ella ya nunca pudo responder la correspondencia con algo más que un corazón mudo a distancias y a visas eternas.
- Te odio!- gritaba con fuerzas -
- Cálmate mujer, tu me pediste que te despertara
- Era como si, tuviera otra oportunidad, lárgate!
Los sueños no se detenían, no la dejaban dormir una sola noche, no podía olvidar. Siempre a lo mismo, a su voz entrecortada por el teléfono, a los silencios fríos, a las pruebas, a la indiferencia. Esa noche no había sido igual, la conversación se había comenzado igual que siempre. Ella lo sabía, sabía en qué iba a terminar todo, pero por alguna razón no podía cambiar nada, no le salían los perdóname, no pronunciaba los te amo, él no escuchaba su confesión. Otra noche en la que él la dejaba, en la que ella no podía hacer nada. Si, había sido la distancia, el humano sucio que todos llevamos por dentro, la pasión que estaba dentro y se desgaja en bofetadas para el ser amado. Sí, lo había hecho, se había dejado llevar por impulsos vanos, donde solo habían recompensas furtivas, y luego la sucia mentira que se chorreaba. Esa noche había sido diferente, él la escuchaba y entendía, sabía que podía arreglarse. La esperaba con flores, pétalos, velas y música suave, poemas volando por la habitación. Lo sentía de nuevo a su lado, esa noche que había terminado con la mano fría de su empleada tocándole la cintura. Esa noche, terminaba con la horrenda mañana sin él.
De nuevo en Venecia y en la barca se daban encuentro, ya tenía ella tiempo esperándole. Él cantaba canciones al oído y ella suspiraba de amor por él. Una sorpresa les esperaba en cada puerto, unas veces era obra de él, otras de ella. En una esquina un árbol frondoso de mangos tiraba frutos en sus manos, y ella sonreía saboreando, contándole de cuánto le gustaba su jugo, de cómo quisiera ir a tomar uno con él, cuando despertaran, de cómo quisiera despertar con él. En la otra esquina una fuente de chocolates y frutas les esperaba, y ellos se lanzaban el uno al otro trozos de moras. En la siguiente esquina una banda de jazz y blues los acompañaba.
- Dance with me – repetía él emocionado, mientras ella se tropezaba contra sus propias piernas tratando de seguirlo.
No era posible que aún en sueños, no pudiera dar un paso seguido de otro; no era justo que su cabello ni en sueños fuera perfecto, el mismo mechón en la cara él lo tenía que remediar una y otra vez, porque ella no tenía nunca su ganchito, el que tenía cuando estaba despierta. Aun con las molestias de un sueño imperfecto, eran el uno para el otro. No se decían nada de la verdad, no querían saber si el otro era real, o era producto de la construcción de un cerebro malintencionado. Ella había leído demasiado sobre Venecia, y tal vez su cerebro solo reproducía el sueño que ella había planeado, pero él, de dónde lo construía, de dónde con sus ojos grandes y claros, de dónde podría crear imagen más perfecta, sonrisa más atractiva. Se acercaba por el cielo soleado una sombra, una voz aguda que al parecer solo ella podía escuchar.
- Qué pasa?
- Voy a despertar, lo sé, pero mañana te esperare donde siempre, con una sorpresa, como siempre. Que sea una cita
- Que sea un encuentro. Solo prométeme despertar con una sonrisa, un testigo de que soy real y de que algún día te voy a encontrar, o tu a mi.
- Es mejor que no, es mejor que…
- Qué es mejor mamá – preguntaba la voz aguda de un pequeño chico
- Son más de las 6 y aún no has puesto desayuno en la mesa, mis hermanos no se han bañando y andan jugando por todo el piso de abajo, desordenándolo todo Ella se levanta resignada, y dibuja una sonrisa cómplice para recordar que pase lo que pase, esa noche dormirá, los chicos irán a la cama a las nueve, y ella podrá volver a esperarlo, como siempre en la barca.
Una lágrima seca se había derramado por su mejilla y al tocarla recordó su viaje a Paris tantos años atrás; el sufrimiento que había causado la separación de dos mundos, pero ahora, ahora a concentrarse en lo mejor, antes de olvidarla cuando el ensueño se esfumara, quería pintarla, escribirla, cantarla, esta vez no quería olvidarla. Un sueño más y él de nuevo estaba en donde todo comenzó. Había sido una noche agitada, no podía recordar todo lo que había soñado pero se sentía aún más exhausto aún de lo que había estado antes de dormir; ya no recordaba por qué a su encuentro siempre llegaba tan tarde. Aún tenía en su mente el rostro de aquella mujer, de su sonrisa y de su total incapacidad para seguir un ritmo, el que fuera. Al levantarse de su cama, las piernas le temblaban, seguramente iba a enfermar. Se miraba al espejo y los ojos se veían con más brillo de lo usual, un posible riesgo viral o un recuerdo escondido; no quería olvidarla, no quería olvidar sus ojos. Era mejor empezar la rutina diaria y esperar a ver cómo acababa el día, y si tendría que acudir a medicina barata o a remedios caseros; no iba a ser tan grave como para esperar horas para ver a un doctor. Bañado, con algo de desayuno para el camino, salía a la calle como cada día, un poco tarde y un poco melancólico. Sus botas, con las que había escalado tantas montañas, ahora pisaban un asfalto aburrido y cruel; el sonido de los pitos le desesperaba, pero seguía insistiendo en caminar, en no olvidar su rostro. Cuando de repente sucedió lo inevitable, de su mente salió la mujer, era ella, no había duda. La misma mujer con la que apenas un par de horas atrás había bailado, o lo había intentado; era la misma de ojos vidriosos que le tiraba fruta en la cara. Detenida en una esquina y bastante desarreglada, sostenía de su mano a tres pequeños inquietos que desesperaban, gritaban y exigían. Sus miradas se cruzaron, y el tan deseado encuentro se había dado en el tiempo y el lugar equivocados. Los carros pasaban con rapidez sin espacio entre uno y otro y a veces la perdía de vista. Él trató de cruzar la calle para hablarle para encontrarla y para bailar con ella. Quería saber si ella lo miraba por la misma razón que él a ella; pero ella notó su intención de cruzar la calle y como pudo halo a sus hijos hacia la otra esquina y le observaba con terror, como escapando de una pesadilla. Ella no quería ser vista en esas condiciones, que viera la vida que llevaba despierta. Las doradas sandalias y el pequeño vestido negro que la acompañaba siempre en la baraca ya no estaba. En esta realidad no existían, tendría que volver a dormir para soñarla.

lunes, mayo 16, 2011

No los tienes hasta que los cumples

A partir de hoy oficialmente tengo un padre octogenario. Motivo suficiente para escribirle unas líneas como un afortunado homenaje en vida.
Sus historias de vida siempre han permeado la mía, él me ha dado las lecciones más duras de aprender y, aunque me lleve tiempo; su contundencia no me ha dejado otra salida que aceptarlas. Si se me permite resumir, ha tenido una existencia colorida y vehemente, movida siempre por ese espíritu implacable que nunca deja de sorprendernos.
Deberá alegrarle verse muy lejos de ser ese anciano sumiso que ya son muchos a esta edad. Deberá saber que por constituirse en un reto para mí es el dueño del afecto más sincero e inquebrantable que puedo profesar.
Deseo que hoy sienta la plena satisfacción de tantos años vividos y más que nada se llene de alegría por llegar a una edad que siempre amenazó con no alcanzar.
Que sean muchos más para quererlo compasivamente como seguro se lo merece.

lunes, febrero 28, 2011

¡Yo también me consterno!

Mientras las redes sociales rebosan mensajes de odio hacia el tipo que pateó la lechuza yo intento quedarme callada para entender cómo el común de las personas obedecen a la primera reacción que produce el video del animal que está y luego ya no está. Luego se quedan con esta sensación y la atesoran sin darle dos minutos de reflexión diferente a "ojalá lo encarcelen". No se trata de estar en contracorriente con el rechazo social de la noticia del día, es que no es sano que se pierdan las proporciones con las noticias más sonadas y sentirse más bueno por lo mucho que se ama y respeta a cada lechuza que surca cielos Barranquilleros por que "yo jamás haría algo así". Seguramente muchos de quienes calificaron al tipo de ‘hijueputa’ almorzaron hoy una pierna de pollo. Si, la extremidad o cualquier otra parte de un ave como lo es la lechuza esta: a cada cosa su justa proporción, insisto. La transmisión en directo de un alguien pateando a un ave viva, es menos común que la imagen de otra ave, ya muerta, sin plumas y sin cabeza, cuyo cuerpo ha sido atravesado por una barra de metal que gira en torno de sí y a la vez da vueltas sobre otro eje sobre brasas ardientes. Es la periodicidad de cada escena lo que hace que la primera sea ominosa y la segunda deliciosa. Espero con ansias las noticias de mañana, cuando bauticen a la lechuza con algún nombre célebre, los jugadores del Junior la visiten en la clínica veterinaria para rendirle tributo y le lleven el peto que diseñaron para ella con el escudo del equipo y se apruebe una “Ley de aves” para escenarios deportivos.

sábado, febrero 26, 2011

Liza escribe: a donde vamos Parte II

“hey, me escuchas?, Ya sé que eres tú, te escuche gritar y ahora callas, entiendo que calles, pero no conmigo… No te veo porque está muy oscuro, pero te siento, es el mismo olor que sentí la primera vez… Hablas! Qué bueno oír de nuevo tu voz, que mal que sea para decirme lo que me dices; veras, las mías están bastante viejas y las puedo soltar sin problemas pues en todo este tiempo he adelgazado mucho, dime si quieres que me acerque a ti y trate de de ayudarte, al menos para que estés más cómodo; no te sientas mal, yo estoy como tú, toca mi rostro, palpa mis manos y entenderás. Tu piel es muy suave, no lo había notado antes; lo siento, es una herida bastante profunda. Voy a romper un pedazo de tu pantalón, está bien? Como que para qué? Para que estés más cómodo, vas a ver como sentirás mejor tu pierna. Estas llorando? No llores, vámonos, lejos… Como que no podemos? Tú me mostraste que si, vámonos lejos y volvemos antes de que el sol se oculte… No, tú me prometiste que yo escogería, entonces partimos a Paris”.
Francia en invierno, un motivo más para que los enamorados se abrace. Paris es la ciudad del amor, donde todo se acaricia, se besa, inclusive si no se quiere, o si no es permitido. “Esa es la torre Eiffel, quiero subir… No seas cobarde, no queda tan alta y quiero escalarla; no, no me quiero unir a los demás turistas, quiero escalarla por fuera, como arañas, como simios… Tu puedes raptarme y apretarme en tus brazos hasta que me rescate un helicóptero, como en la película; no te lo tomes tan enserio, me asfixias!. Mira que hermosa esta ciudad, desde aquí podemos ver todo Paris, podríamos bajar por pan francés caliente, aprovechando la venida… Claro que si, si es la comida típica de acá, preguntaría pero no hablo francés y tu no debes andar dudando de mi palabra, soy un mar de conocimientos. Que dices? El luv que? Claro, claro que sabia del museo, pero estaba probándote, solo bromeaba, lo juro; Claro que no me sonroje, tienes muchas ideas. No entiendo? De verdad? Esa era la casa del Jorobado? De que te ries? No seas tonto, sé que no es una historia real, y si, sabía que quedaba en Paris, todo el mundo lo sabe… Que dices?... Yo no escucho nada, o si? Vámonos rápido… ya no tengo tiempo de correr, nos han visto”
“No es cierto!, mentiroso!, como podría abrazarle con esto en todo mi cuerpo, llevo años así, casi una década, ustedes lo saben, yo no podría tocarle a esa distancia… ni siquiera lo puedo ver bien, para que se lo llevan… no tiene sentido que se lo lleven! Si no se lo van a llevar, por que hay tantos hombres? Una qué? Para que esos ladrillos? Que van a hacer?”
“Hey, me escuchas? Por que ya no hablas? De nuevo te has quedado callado, ha sido mi culpa, no digas que no, yo sé que así fue… No importa, aun te pienso, aun te siento… Está bien, vamos a China, aunque sería mejor a Alemania, deberíamos ir a Berlín” Una muralla se extiende por toda la montaña, sube, baja, se encorva, se endereza. China y su hermosa arquitectura, sus sembrados. “Quien pensaría que esta muralla usada para la guerra, para defensas y ataques sea objeto hoy de esa pequeña niña jugando golosa... Rayuela, no que este golosa… Deja de reírte, o no, mejor, síguete riendo, aguanto la humillación a cambio de verte feliz. Te dije que Berlín seria más representativo, pero tal vez tienes razón y China es más realista… Ya que estamos acá vamos a comer esas bolas de arroz que salían en los muñequitos animados… Por supuesto que existen, no seas tonto, y era lo que se llevaban para el almuerzo los trabajadores del campo, es como la panela para los colombianos… Shhh, no digas nada mas, es hora de volver, después iremos a los cultivos de arroz; vamos, te lo pido… por favor”
“Hey, linda, perdóname, debimos volver antes… No llores, la libertad está en el alma y en la mente, no está afuera y tu y yo, princesa, viviremos por siempre juntos… Aun cuando ya nunca te pueda volver a rozar, cada noche estaré a tu lado, cada mañana te despertare con una rosa, tu y yo vivimos en este cuento, y no se acaba mientras tú no quieras, y mientras yo viva”

miércoles, febrero 23, 2011

Liza escribe: a donde vamos Parte I

“hey, linda, te hablo desde aquí arriba. Ahí estas, siempre que pasaba me preguntaba como serian tus ojos, ahora lo sé, ya puedo morir tranquilo. No me mires con extrañeza, vengo en son de paz, a invitarte a dar una vuelta, por donde quieras. Me voy a recostar aquí, si no hay mucho problema. Que dices? Qué?, no te escucho bien, estamos medio lejos, y tampoco me gustan los peros. Que a donde te gustaría ir? Hey, yo tampoco conozco ahí, y hoy el mundo es nuestro… estírate un poco y toma mi mano, no desconfíes, no, te prometo que te voy a llevar a donde quieras, solo ven conmigo, si puedes, no digas que no puedes, se que puedes hacerlo”
Polvorosas calles por donde transcurren turistas y vendedores, traficantes y estafadores; pequeño pedazo de tierra alejado de las luces modernas, donde camellos parecen sonreír aun llevando sus jorobas y a sus amos.” Cuantos centavos cuesta montarlo? Dólares, como de los gringos, de esos también tengo aunque no me gusta cargar... Se agacha un animal valiente y decidido, resignado el pobre carguero ya te tiene en sus espaldas, ya te mima con suave trote. Ya perdí la cuenta de las pirámides, ya confundo y mezclo el nombre de los gobernantes, eso faraones. Ya lo ves? Eres como Jose, el de la biblia, el de Jacob, no me entiendes? Ya no recuerdas? Bueno, eres como un hermano rechazado, por la envidia de los demás; supongo que envidian tus ojos y por eso no te dejan en paz. Quieres volver? Estas cansada? Una vez te deje dónde estabas al principio, te acordaras de mi? Sabrás que vuelvo para llevarte conmigo? Me sonreirás una vez, como el camello? Feliz noche vida mía. Ahora no sonríes sino te burlas, pero si fuiste mi vida, toda mi vida en Egipto.”
“hey, mi niña, ahora estoy más a la izquierda que ayer. Ya no sonríes hoy, ayer no pude venir, me lo impidieron, tú ya sabes cómo es, no te imaginas quien; viste la NFL alguna vez en televisión? No sabes qué? Lo que es la NFL o la televisión? Tienes razón, ya no te enojes, fue ofensivo y lo entiendo, una broma de mal gusto quizá. Tú ya sabes cómo funciona, solo no me des la espalda, dame una nueva oportunidad de llevarte a un gran lugar, para que los conozcas a los NFL, juegan futbol, no, no como el Pibe, como los Miami Dolphins, si, los que parecen peleando. No, no, no es un deporte agresivo, vas a ver que en vivo se hace mucho mejor. Toma mi mano de nuevo, no me hales que me puedes lastimar, solo no te recargues, así es”
New York, lleno de residentes que parecen ser turistas, olores, sabores en el aire, luces que ciegan tus ojos. Un estadio lleno de gente con destellos grandes y poderosas que dejan al descubierto el brillo en los cascos de los orgullosos jugadores. “La anterior vez fue decisión tuya, esta es ya la mía. No te escucho, solo contemplo el partido. Si es legal tumbarlo así, solo le están quitando el balón, no se va a lastimar mucho, tiene bastante protección –míralo no mas, como se levanta de una vez – de pronto dentro del casco esta la sangre. Ok, ok, ni tú sabes reír de mis chistes, ni yo sé decirlos con gracia; los tuyos si me hacen gracia?? Que dices? Ok, volvamos… compramos manitos gigantes? Hot dogs??
Ok, ok, nos vamos, ok, ok me voy… acá te dejo, no hagas caso, estos caballeros no me harán nada; no son los mismos que te han hecho eso a ti… Vas a ver que lo aclaro todo y nos vemos pronto, te llevare a otro lugar y tu escogerás.”

viernes, marzo 26, 2010

Angela escribe: No podría ser de otra forma

Lo que me empuja a escribir hoy y no otro día, tiene de una fuerza emotiva que no se demandó ni siquiera aquel día feliz en el que quienes aquí escribimos abandonamos el estado de eternas estudiantes. Uno piensa que las metas que más se persiguen son las que mejor se celebran y eso en realidad; no sucede.
Resulta que el viernes ocurrió el matrimonio de Liza y Andrés. Después de llevar un noviazgo feliz en remota percepción, se llegó el día cumbre en que decidieron avanzar el pasito que le da inicio a una vida en común. Reunieron en un mismo sitio sus ganas y anhelos, sobre un terreno firme que existe si tiempo atrás existieron millones de buenas cosas más.
Nunca la vi tan feliz, ni pensé que pudiera sonreír así. Es más, nunca pensé que pudiera verse hermosa en un vestido enorme! Pero pasó, me atrevo a decir que todos los asistentes estábamos perplejos -¿acaso asustados?- con tanto amor y belleza en el aire.
He asistido a suficientes matrimonios y es costumbre irme sin despedir, afuera en el taxi concluí que la honestidad en los sentimientos se puede percibir pura y sin diluir a fuerza de demostraciones abiertas/generosas y que a mi compañera de blog no le faltarán los niños que corran a sus brazos, ni ese continuo crecimiento de la mano del amor de su vida.
El reto de aquí en adelante consistirá en solventar lo desconocido, lo terrible y difícil que anuncian las voces de gente con menos suerte, aquellos que no completaron las garantías que sólo el mejor de los comienzos (el de ustedes dos, por si lo dudan) puede ofrecer.

miércoles, enero 13, 2010

El claro

En la vieja aldea de Murray, dos pequeños crecían juntos entre juegos y canciones, entre ayos y miradas de reojo.
Ella aprendía a ser una dama, una madre impecable, una esposa admirable; él aprendía a luchar contra dragones, a cazar bandidos en el bosque; en la clase de evitar las artes malignas tenían tendencia a coincidir, y ahí nacieron las primeras sonrisas. Después de echar fuera demonios y aprender a rezar en más de tres idiomas, salían los dos repitiendo trabalenguas y se sentaron en una pequeña rama que había olvidado crecer, en el claro del bosque, y en silencio, después de ya no tener que decir se observaban para recordarse tal y como estaban en aquel momento.
Los ojos de él se iban aclarando con cada encuentro, el sol que caía había que fuera más difícil continuar mirando con los mismos, y buscando un poco de oscuridad, o una luz diferente. Tomó su mochila y dejó parte de su alma en la gran ramita de siempre, en el pequeño árbol ansioso por crecer.
El cielo era de diferentes colores en otros lugares, el aire olía a colores, la gente vestía atuendos que vendían y compraban, todos pretendían ser otros pero resultaban siendo los mismos. Una vez el agua dejó de saber dulce, y el ácido reemplazó la sensación de los días frescos, la mochila igual de vacía que al principio, volvió a su lugar de origen, en búsqueda de la paz perdida en años de reflexión.
Un pequeño balde con agua del pozo fue su compañero a la hora de visitar el gran árbol, pero notó que el piso ya estaba humedo, entre salados y dulces los líquidos que le cubrían, le dibujaron el camino hacia la verdadera razón de volver, los recuerdos de sonrisas después de los días de recitales, las pupilas dilatadas con el sol de la tarde... Era ella, y ella sabía que era él, caminaron juntos y en silencio hasta aquel árbol, y se sentaron en las muy cuidadas raíces... Ya no importaba si era sol o luna lo que los alumbraba, el silencio los acompañaba por horas y días; ella seguía aprendiendo a ser la esposa de una generación de sumisos, y él reaprendía a cazar, o a ser alguna tarea que le diera apellido y un letrero para su choza.
Volvió a la escuela con los niños, pára recordar la forma en la que alguna vez le habló a ella, esta vez para decirle que ella representaba un gran problema para él, que su existencia le turbaba, que su ausencia le lastimaba... Y una vez listo para abrir su boca, en el claro donde siempre la esperaba, ella decidió hablar primero... Contarle que él era más que lo que había sido, que había algo en él que le llenaba el alma, que la emocionaba, y con ese respecto, ya había tomado una decisión; Nada qué hacer, eran el uno para el otro, ella lo confirmaba -pensaba él - y entonces, ella se acercó, dejó un beso quemándole la frente, y con su mochila salió al mundo como él lo había hecho. Era muy dura la tarea de cuidar del árbol, solo, ella iba a volver, el beso aún estaba en su frente confirmando su cercanía, pero la paciencia nunca había sido su compañera, por lo que retomó la mochila ya vacía de tanto esperar y salió a pisar las huellas rosadas de sus pasos. La suerte no era más que un comediante del peor gusto, sus piernas corrían, sus labios preguntaban, seguía indicaciones, el olor le confirmaba que ahí había estado, pero él siempre llegaba tarde al encuentro... El círculo de la vida lo devolvía de nuevo a la aldea, donde ya no estaba su choza, al claro donde el árbol marchito era cuna de serpientes, donde el sol quemaba la visión, donde su llanto trataba de hacer renacer el árbol... Ya entregado a la deseperación, la vio como muchas veces la había visto, corría ella hacía él para terminar con un final feliz, pero terminó en golpes, ella golpeaba su pecho con rabia, con desespero, todo ello para contarle que sí habia aprendido a ser la mejor esposa, la mejor madre, cabizbaja, sumisa... Todo, probablemente, debido al beso que le había negado en tantas noches de claro, donde las estrellas cantaron y él no escuchó

Locura, dolor, rabia, impotencia

Él estira sus brazos y se sacrifica enterrándose en el suelo, convirtiéndose en el árbol que estuvo en aquel mismo lugar años atrás, ella le premia con el primer y último beso antes de que él tome su destino. Ella marca en la excelente madera el te amo que nunca pronunciaron, y cierra sus ojos para siempre, sigue siendo sumisa, sigue criando una generación de futuros burgueses, artistas, renacientes, pero dentro de sus ojos está el claro, y está ella convertida en un árbol, con las raíces enredadas en Sus raíces... Es ese su final feliz, la historia del claro más hermoso, y el brillo del lugar testifica de lo que fue